miércoles, 15 de agosto de 2007

Relato: Prisión de Sombras

Aquí os dejo el relato con el que participé en el 3º Concurso del Círculo de Bardos, organizado por Pedro Camacho y fallado esta misma tarde.
Espero que os guste.


PRISIÓN DE SOMBRAS

La celda era oscura. Olía a humedad, a paja podrida y a otras cosas que era mejor no imaginarse. De cuando en cuando, algo, peludo y pequeño, pasaba junto a sus pies. Sería una rata, pero, con el paso de los días, también se había convertido en su única compañera.
Antes de ir a parar a allí, había sido… no, su aspecto daba igual. En la profunda penumbra, todos eran idénticos. En el fondo del pozo, del que nadie salía, todo carecía de importancia. Nadie vivía demasiado tiempo, entre las frías paredes de piedra que rezumaban como si sudasen. Los huesos no tardaban en agarrotarse y el corazón se detenía, durante la vigilia o dentro de un simple sueño. En aquella cárcel sólo existía una pena y nadie atravesaba dos veces su puerta.
Por eso, sentir al roedor cerca, le servía de aliciente. La muerte no tardaría en rondarle, buscando la manera de ocupar el estrecho espacio que le albergaba, pero mientras el animal estuviera cerca, de alguna manera, ocupaba el sitio reservado para la parca. Si la vieja huesuda encontraba la forma de abrirse paso, iban a estar los tres muy apretados.
Así pensaba en sus días buenos, porque en los malos, que eran la mayoría, dedicaba las horas a llorar desconsolado. Sólo tomaba un descanso para roer el trozo de pan y beber el agua, caliente y con sabor a orines, que le pasaban a través de la puerta. Después, seguía llorando y gimiendo, igual que lo hacían el resto de los prisioneros, a los que no había conocido y jamás llegaría a ver. Cada uno en su celda, cada uno aislado de los demás por su propio dolor. Pero ni siquiera en esos amargos días se olvidaba de dejar algunas migajas en una de las esquinas de la mazmorra.
Y, todos los días, aquella pequeña criatura peluda regresaba para recoger su botín.

Hacía mucho que había desistido de llevar la cuenta del tiempo. Al principio lo había hecho con una tiza, pero después había desistido, al comprender lo inútil que resultaba, ya que nunca iba a salir de allí y ni siquiera tenía manera de saber cuánto había pasado en realidad. Sin embargo, en la pared, donde la humedad era menor, todavía permanecían, blancuzcas y reluciendo entre las tinieblas. Eso le daba esperanza. Falsa, pero era mucho más de lo que tenían los otros presos.
La razón por la que había acabado allí hacía mucho que había dejado de tener importancia, desde antes incluso de haber terminado de trazar líneas en el muro de piedra. Ya ni recordaba qué era lo que había hecho para merecer aquello o si de verdad lo merecía. Matado, robado o engañado, podía haber sido cualquiera de esas cosas. Una vez dentro de la celda, había preferido sustituirlo por el pesar, la oscuridad y la condena.
Pero volvamos a las tizas y a las pálidas marcas abandonadas en la pared. Aún entre las tinieblas, su brillo era capaz de atraer la mirada del recluso. Cuando las lágrimas le dejaban ver, pasaba las horas muertas observando su resplandor y pensando en el sol y en sus cálidos rayos golpeándole el rostro. Un día —o una noche, allí dentro eran lo mismo— a sus reflejos blancos y al tibio contacto de la rata, se unió algo más. Imaginó un prado extenso y reluciente, lleno de viento, y el sonido de un caramillo. Cuando quiso darse cuenta, estaba en el calabozo y la flauta seguía allí. Al otro lado del muro. Lejana pero real. Más real que nada que hubiera escuchado nunca.
Entonces desapareció y sólo quedaron los apagados gemidos que le rodeaban.

No sabía si lo estaba soñando o era real. La música le había cogido de improviso, apartándole de la pesadilla en la que estaba sumido y permitiéndole escapar. No se atrevió a abrir los ojos por temor a que desapareciera de nuevo, como la otra vez, como las otras veces que había tratado de seguir su melodía y la había perdido. Entonces duró algo más. Era una tonada triste, aunque, a través del instrumento, sonaba dulce. Sintió como su corazón, agarrotado por el frío y el sufrimiento, empezaba a descongelarse. Los recuerdos de su vida anterior se abrían paso con cada uno de los compases. Un dolor nuevo, punzante y desesperado, atravesó su pecho, obligándole a abrir los ojos. La música desapareció un instante después. La conocía. De antes de la prisión. De su otra vida.
La rata no volvió durante lo que pensaba que fueron varios días y con su falta regresó el temor a que la parca se abriera paso hasta el estrecho cubículo. El malestar que había sentido en lo más profundo de su alma, atraído por sus recuerdos, tampoco volvió. El frío, la rigidez en sus piernas y brazos, doblados por la falta de espacio y entumecidos, se hizo más evidente. Sin la compañía de aquella criatura, sólo le quedaban las marcas de tiza de la pared y éstas soportaban mal la humedad, que las convertía en largos regueros que descendían para luego desaparecer. La penumbra se cernía alrededor de él y en aquella ocasión era absoluta, sin una luz que la difuminara y la hiciera soportable.
Podía escucharla entre los quejidos amargos de los otros cautivos: la huesuda estaba cerca, acechándole.

Pasó mucho tiempo. Las señales hechas con tiza se habían ido como si jamás hubieran existido y nada se movía a su alrededor, en una celda que cada día se hacía más pequeña. La flauta sólo sonaba en sus sueños, pero su música era fea, desacompasada. No era la que recordaba, la que le provocaba aquel dolor en el corazón que hacía que su pecho ardiera. Tampoco duraba mucho. Los gritos de agonía le ponían fin a los pocos compases, superponiéndose a ella y transformándola en una grotesca pesadilla.
Al final, acabó olvidándose de dejar las migas a la rata y pensar en su presencia comenzó a repugnarle. La imaginaba trepando por sus piernas e, incluso, mordisqueándole los dedos y las partes más tiernas de su nariz y sus orejas. Entonces gritaba y se agitaba con fuerza, dando patadas hacia todos lados. Pero claro, el animal no estaba y todos sus golpes se perdían en el aire o contra los muros, produciéndole todavía más dolor. No cejó hasta que sus talones y nudillos se amorataron. Ese día dejó de moverse también y se quedó tendido, hecho un guiñapo entre la paja sucia.
El frío se hizo entonces más fuerte en su interior y el silencio le rodeó.

Sólo podía escuchar los latidos de su corazón, bombeando sangre cada vez más lento, con el tañido de una gran campana que fuera perdiendo su fuerza. Incluso los chillidos de los otros prisioneros desaparecieron, sustituidos por aquél sonido que repicaba en sus oídos, haciendo que sus tímpanos se hincharan y le hicieran gemir de agonía. No notaba los dedos de los pies y todo el lado derecho de su cuerpo había perdido las fuerzas. Los huesos le pesaban igual que si estuvieran hechos de plomo y los notaba fríos, entumecidos de alguna extraña manera. Su propia respiración sonaba entrecortada, llena de un esfuerzo inhumano que en sus oídos se unía a aquellas irregulares palpitaciones.
Sentía cómo su último aliento se le escapaba, cuando, en lo más recóndito de la cárcel, empezó a escuchar las notas del caramillo. Suaves, elevándose en una compleja danza de notas. Hermosas, ardientes y dolorosas. Se alzaban siguiendo escalas que el nunca había conocido, que no se había atrevido a imaginar. El pecho le ardió con cada una de ellas, provocándole un sufrimiento atroz que era aún peor que el del frío y el ahogo húmedo. Un recuerdo le asaltó entonces, una imagen única, flotando en la negrura que se extendía a su alrededor. El mismo prado con el que había soñado otras veces y, en él, una muchacha que tocaba la flauta.
Pero aquella vez no trató de escapar de la quemazón y se aferró a la música. A su tristeza y a su alegría. Olvidó la rata y las tizas y su desesperación por no estar encerrado en la oscuridad. Y supo que si estaba allí, era porque se lo merecía, pues a aquella cárcel sólo iban los que habían matado, robado y engañado y él había hecho las tres cosas. Lo que le sucedía, era algo que se había buscado él mismo y tendría que pagarlo aunque supusiera alentar a la parca.
Entonces, nada más admitir su culpa, la celda en la que se encontraba se tornó aún más estrecha de lo que era y le comprimió el vientre y la espalda, y, después, incluso los brazos y las piernas. El ardor que sentía en el pecho le quemaba como el fuego y su corazón latía desenfrenado. Con un último espasmo, las paredes se combaron alrededor suyo, empapadas como siempre, aunque entonces cálidas y mullidas. Aplastándole, empujándole. Fuera.
Y nació a la luz.

viernes, 20 de julio de 2007

Weeds y los consejos familiares

Uno de los mejores monólogos que he oído en mucho tiempo. A ver si encuentro la versión en texto para colgarla.

El Jueves censurado... ¿y después qué?

Ya habréis leído o escuchado la noticia, así que no me extenderé comentándola ni dando mi opinión.
Podrán retirar la revista, pero evitar que la imagen siga difundiéndose va a ser muuuy difícil.
La van a tener hasta en la sopa.


Edito para añadir el enlace a el auto judicial, sacado de la página de El Pais. y añadir una versión que no resulte "claramente denigrante" ni "objetivamente infamante". Porque, por lo que se ve, el problema está en lo que dice, no en lo que hace.


¿Véis cómo si las cosas se arreglan si uno quiere?

domingo, 15 de julio de 2007

Sabores de Verano

Ya tenemos el verano aquí y los anuncios que ponen en televisión son cada vez más raros. Lo último que he visto por ahí, son los preservativos con sabores... no de los sabores de toda la vida, vaya, que esos llevan mucho tiempo circulando por ahí, sino con sabores realmente raros y rebuscados.
Aquí al lado dejo un ejemplo de lo que, a lo largo de los meses de estío, puede acabar convirtiéndose en un nuevo boom en cuestión de contraceptivos de sabores. Podrían empezar con el sabor de Crema Catalana sugerido y, después, pasarse a otros postres como las natillas o el arroz con leche.
¡Lo que acaba haciendo la gente para que se la c...!

sábado, 2 de junio de 2007

Dejarlo para Luego... en papel

Pues sí. Cuando ya empezaba a pensar que el Segundo Concurso de Relatos Ábaco no llegaría a imprenta, hete aquí que para no variar me equivoqué. Entre los finalistas y seleccionados podeis encontrar relatos de Tobias Grumm, Juan Carlos Pereletegui y muchísima más gente a la que merece la pena leer.
Y, repitiendo en la segunda convocatoria, un servidor con el relato Dejarlo para Luego del que cuelgo el comienzo.

Era una noche oscura y tormentosa… estaba solo en la casa, pero entre el aullido del viento, el golpeteo de las ramas contra los cristales y los mil ruidos que llenaban la vetusta mansión, no había oído cómo llamaban a la puerta. Aún cuando se dio cuenta de lo que estaba sucediendo, tardó unos instantes en reaccionar. La cena había resultado demasiado pesada y la copa que había tomado después no le había sentado bien. Se tambaleó hacia la entrada, bostezó y se pasó la mano por su rostro mal afeitado, mientras gruñía un ya voy [...]

El resto, en el libro. ¿A qué esperáis para comprarlo?

miércoles, 30 de mayo de 2007

Relato: Wendigo

A falta de tiempo, os dejo aquí un relatillo que ya publiqué en sedice.com y en subcultos.com. pero que no había colgado en este blog. Disfrutadlo. O no.
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Wendigo. Le había parecido escuchar aquella palabra justo antes de salir de la cafetería del viejo Tonibee y montar en su grúa. Por lo que tenía entendido, era una palabra india o algo así, que se refería a un espíritu de los bosques y los páramos helados. Para Wendall aquello era intrascendente. Suficiente tenía con la realidad que, en casi toda Alaska, consistía también en hielo y nieve, sobre todo en aquella época del año. Y la realidad decía que ya era hora de ponerse en marcha e ir a trabajar.

Había sido cerca de veinte minutos antes de que sus faros comenzaran a iluminar a las furgonetas aparcadas a la entrada del bar, cuando la radio había empezado a sonar y había recibido el aviso: debía ir a retirar un Hummer que se había ido a la cuneta a quince millas de allí, en dirección a Cicely. Se lo había tomado con calma. El canal meteorológico había anunciado que la noche iba a ser mala, aunque no más que las anteriores, y estaba cansado de pasar frío. Tenía tiempo para un par de copas sin que le echasen en falta. Había tomado nota y había dicho a Frank que él mismo se ocuparía. Pasó las cabinas de un par de grandes trailers, atascados por la nevada, apagó el motor y cortó las luces. Dentro estaría mejor durante un rato. Al menos no se congelaría los jodidos dedos.

El bar-cafetería-motel de Tonibee era un tugurio de carretera, perdido en mitad de ninguna parte, construido sobre lo que en tiempos de los colonos había sido una granja y con un letrero justo a la entrada, con neón de varios colores y anunciando que se alquilaban habitaciones por horas. Todo el mundo sabía lo que aquello significaba. Y a todo el mundo le traía sin cuidado. Al entrar, una nube de vaho y humo le había recibido. La mayor parte de las mesas estaban vacías. Sólo algunos hombres del pueblo, un par de camioneros y Howard, el ayudante del sheriff, se encontraban allí. Les había saludado con un movimiento de cabeza al que respondieron levantando sus cervezas, había pedido un whisky a Rebecca, la joven esposa del viejo Jack Tonibee, y se había acodado un rato en la barra, para entrar en calor tanto por dentro como por fuera.

—Uno doble, Becky —había dicho.
—¿Con hielo?
—No me jodas, suficiente hielo hay ahí afuera para que me agües el whisky. Mejor trame la botella y un vaso. Jack siempre lo hace.

Dejó la botella donde le había dicho. No era una mala chica y tenía unas buenas tetas, pero no llevaba demasiado tiempo en el pueblo, apenas dos o tres meses desde que apareció del brazo del viejo. Demasiado joven y bonita para él, las malas lenguas ya se habían encargado de despedazarla. Decían que era una buscavidas. Si se había ido con él por el dinero… no sabía donde se había metido. Se había servido el primer vaso y estaba apurándolo, cuando una mano se apoyó bruscamente sobre su hombro.

—Wendall, no es una buena noche —le había dicho una voz áspera, que al seguir el brazo cubierto de franela a cuadros resultó ser la de Al, uno de los borrachos semioficiales de los alrededores—. Quédate aquí y disfruta.

Fue entonces cuando se había dado cuenta del accidente que le esperaba y de que, si había llegado hasta allí, era para algo. Había dejado un billete de cinco pavos sobre la barra y, con un ligero tambaleo, había ido hacia la salida poniéndose los guantes. Varios brazos se habían levantado en señal de reconocimiento. Entre las despedidas, la voz de Al le había llamado por su nombre, aunque había resonado como aquella palabra —Wendigo—, pero ya se sabía, con dos copas de más era capaz de decir cualquier cosa.

Los faros habían iluminado la pared de madera como dos círculos de luz amarilla, recorriendo después las matrículas de los todoterrenos y las furgonetas, manchadas de barro y medio cubiertas de una nieve que no dejaba de caer. La dirección chirrió al girar para dirigirse hacia la salida de la carretera. Los intermitentes se iluminaron, reluciendo débilmente sobre el blanco, casi al mismo tiempo que las intermitentes luces de neón. Algo, un zorro o un perro, se había cruzado entonces, obligándole a frenar en seco y con el corazón en un puño. En el canal meteorológico todo era nieve, había sonreído ante la ocurrencia. Después había girado el dial hasta que las canciones navideñas desaparecieron y comenzó a sonar una balada country; de la Parton sin duda.

La carretera apenas podía verse, los árboles, delgados, altos y cargados de nieve parecían a punto de irse abajo. En parte ya habían comenzado a hacerlo. Ramas rotas invadían la carretera, prácticamente invisible bajo la nevada. Sabía que estaba allí, había conducida por ella tanto de día como de noche, en invierno y en verano. Podía hacerlo con los ojos cerrados y un brazo atado a la espalda. Las señales pasaban ante él. Eran pocas las que sobresalían de la nieve. Cantwell, Ruta 8, decía una de ellas. Eso quedaría a unas nueve millas del pueblo. A partir de allí tendría que ir con más cuidado. Con un rugido, la ventisca empeoró y Dolly Parton se fue con ella. Una sombra pasó, veloz, junto a su puerta.

—Frank, ¿me recibes? Estoy a diez millas esto va de mal en peor…

Las ráfagas de viento hacían que la nieve se arremolinara, mientras aullaba entre las montañas, bajando por los valles con un sonido ensordecedor. Redujo marchas y se puso a veinte millas por hora, deseando llegar y dar la vuelta. Los limpiaparabrisas trabajaban a toda velocidad, sin dar abasto.

—… shhhhh… shhhhh…

La radio estaba tan muerta como el country. La desconectó con un golpe, notando el frío del metal a través de sus guantes. Después, luchó con el control de la calefacción. Debía haberse ido otra vez a tomar por culo, como durante las últimas semanas que funcionaba cuando quería. Le había resbalado entre los dedos y había tenido que quitarse el guante con la boca. Una mala idea. Algo —algo grande— se cruzó delante de la grúa y tuvo que dar un volantazo, a ciegas…



El vapor del radiador hacía tiempo que había dejado de elevarse y se había convertido en una fina capa de cristales trasparentes. El termómetro que había junto al cuentakilómetros hacía tiempo que se había quedado clavado en el mínimo. Los restos de calor de la jodida calefacción hacía tiempo que se habían evaporado. El vaho se acumulaba y golpear el volante hacia rato que se había vuelto doloroso. Y la petaca… había olvidado rellenarla donde Tonibee. Dos ojos rojos le miraban desde la nieve, en lo alto de la cabeza de un ser monstruoso, aguardando, pacientes. Respirando profundamente…

—… shhhhh… shhhhh…

—Frank… ¿me escuchas? —susurró Wendall por el comunicador con las escasas fuerzas que le quedaban, sin apartar los ojos de la cosa que Al había nombrado entre sus balbuceos—. Hay algo ahí afuera. Me ha sacado de la carretera. ¿¡Hay alguien ahí!?

—… shhhhh… shhhhh…

Los ojos, rojos, cada vez más cercanos, mirándole desde arriba, entre el vapor. El viento aullando junto a las puertas, tan lleno de nieve que el propio aire se había congelado. Apenas salía vaho de su boca cada vez que respiraba. Más cerca, cada vez más… tenía que haber hecho caso al viejo Al. ¡Por qué no le había hecho caso! Iba a por él, acabaría con él si no escapaba, si no ponía tierra por medio…

—¡Manda alguien, por lo que más quieras! ¡Creo que es el Wendigo! ¡Tengo que salir de aquí…! —gritó, como última llamada de auxilio, mientras sus dedos se trababan con el cierre del cinturón de seguridad. Los ojos, tan cerca… abrió la puerta de una patada y salió a la nieve, dejando el auricular colgando sobre el asiento.

—… shhhhh… shhhhh…

Nadie volvió a ver a Wendall. Cuando llegaron hasta su grúa, dos días después, se encontraba a pocos pasos de donde había quedado el vehículo que iba a buscar con sus luces de situación todavía luciendo. Las puertas de su destartalada grúa estaban abiertas y dentro no había nadie.

Otra víctima más del Wendigo.

viernes, 11 de mayo de 2007

Crítica de la Antología Visiones 2006 en Fantasymundo

Por casualidad (y porque dentro de mi egocentrismo tengo una búsqueda en google para que me avise siempre que alguien escriba algo sobre mí), he dado con una crítica al Visiones 2006 publicada ayer en Fantasymundo y escrita por Alejandro Serrano. La enlazo aquí para quienes queráis leerla.
Al hacer los enlaces he visto que ya hay papeleta para proponer los premios Ignotus de este año. Está en la página principal de la AEFCFT, así que no sé a que estáis esperando para proponer (mejor que sea a mí, pero si es a otro no me enfadaré demasiado, la cuestión es proponer y votar). En las bases está escrito todo.


miércoles, 9 de mayo de 2007

La moneda europea

No acostumbro a viajar en puentes, pero este último, el de Mayo, a mi amigo Alex y a mí nos liaron para ir a hacer una visita a Francia. Pero no es del viaje en sí ni de lo que hicimos allí, que eso es otra historia que a lo mejor cuento (o cuenta él) otro día. De lo que quiero hablar es de la vuelta, de lo bien organizado que está el mundo y, aún más, ése que se encuentra al otro lado de los Pirineos.

La cuestión es que fuimos, nos lo pasamos realmente bien y regresamos. La vuelta, como no había forma de hacerla por la misma ruta que la ida, acabó por llevarnos a París. Teníamos todos los detalles calculados: llegada a la Estación del Este, metro a la del Norte y tren hasta el Charles de Gaulle. Los primeros pasos bien y hasta ahí no tengo quejas de los franceses (por una vez), pero en cuanto llegamos a la Estación del Norte...

¿He dicho que era 1 de Mayo? Pues era 1 de Mayo y en la Estación del Norte de París, salvo una taquilla de desinformación, hasta la última de las otras estaba cerrada a cal y canto. En la de desinformación, por supuesto, no vendían billetes, por lo que no quedaba otro remedio que utilizar las máquinas que hay colocadas para agilizar la venta, ya sabéis, de esas con botones en las que eliges, pones dinero y te sueltan el ticket de turno. Hacia allí fuimos. Una rota, otra fuera de servicio... de todas maneras había muchas, así que acabamos por encontrar una que funcionaba. Con monedas, tarjetas de esas con chip que usan los franceses y ¿billetes? No, billetes no. Las máquinas de la SNCF, de los ferrocarriles de Francia, no utilizan billetes. Por lo que parece, desconfían del papel moneda por alguna razón.


Eran ocho leuros con diez por cabeza, no se me olvidará. Porque no teníamos ocho con diez leuros cada uno en moneditas, porque nadie lleva ocho con diez leuros. Tampoco había máquinas que cambiaran billetes (que sí teníamos, eran de curso legal y todo eso) por monedas. Y nosotros como que no hablamos demasiado francés (Alex lo entiende, pero yo ni palabra). ¿No lo había dicho ya? Pues lo hago. De parle vú francé, niente. Más que le pese a mi novia.

Peeeeero no hay problema, dice mi amigo, todavía positivo. Ahí hay un kiosko. Unos chicles, unas chocolatinas, le suelto uno de estos billetes tan bonitos y tan europeos y a correr. Coge las cuatro zarandajas, saca un billete de cincuenta y allá va con una sonrisa en los labios. Pues va a ser que no. La dependienta, niega con la cabeza, como si ella misma hubiera desarrollado idéntica aversión por el papel moneda que las máquinas. Vale. Billete demasiado grande, pienso, con endilgarle uno de veinte y lo que tenemos, vamos sobrados. Saco el de veinte. Tajante, vuelve a negar con la cabeza.

Allí se le quedaron los dulces y el buen humor y el positivismo que todavía conservábamos.

Casi tres cuartos de hora después, cuando ya pensábamos en si tendríamos que ponernos a pedir o prostituirnos, conseguimos que la dependienta de una croissanterie nos hiciera el inmenso favor de cambiarnos un billete de diez. Del tiempo limitado para meter monedas en una máquina que no acepta billetes hablaré otro día.

Así que ya sabéis: en Francia hay que llevar monedas. Por lo que parece, los franceses (y alemanes, ingleses y demás, porque por París pasa gente de todas partes) llevan kilos de ellas en los bolsillos, pues, además de servir para las máquinas de la SNCF evitan que un viento brusco te eche a volar como si fueras una bolsa de papel... o eso, o es que están tan mal organizados como nosotros, pero son incapaces de admitirlo.

Un saludo a todos.
Europe is different.

viernes, 4 de mayo de 2007

Hace tiempo...

que tengo muy abandonado este blog, pero no tardando mucho le daré un buen repaso, empezando por aspectos formales de presentación y esas cosas y acabando por escribir algo, que en el fondo es de lo que van estas cosas. Entre las primeras cosas de las que hablaré estará mi reciente viaje a Francia y lo bien que me caen los parisinos (si es que son de un salao).
Por el momento, aprovecharé para darme coba y, por si alguien me lee, anunciar los muchos cambios que he hecho en el blog gemelo de este, dedicado a Urnas de Jade y a lo que eso conlleva. Cuelgo también aquí la portada del libro, que siempre servirá para darle vidilla al asunto.

jueves, 19 de abril de 2007

Es triste de pedir, pero más triste es...

Puede que a nadie que lea estas líneas le importe un huevo de pato viudo, pero ahí va, que este es mi blog y, como todo el que tiene uno, también tengo derecho a un poco de pataleo.
La cuestión es que, tras tantas idas y venidas con los residentes hospitalarios, la mayoría MIR, no pocos FIR y BIR y los otros IR que me dejo en el tintero, las noticias sobre las negociaciones con las comunidades autónomas han desaparecido del panorama nacional. La asociación de Madrid se reunió con la señá Ministra y se acabó. Pescao vendido y a otra cosa.

Pues va a ser que no.

Sabiamente, la señora Ministra alegó en dicha reunión que tal y como están las cosas, para eso de negociar el Ministerio no es nadie y que cada uno tendría que arreglárselas por su cuenta con el consejero (o similar) de turno. Y cada uno, a su tiempo, lo hizo. Madrid llegó a un acuerdo, como hasta recientes fechas lo han ido haciendo cada una de las comunidades de esta España plurinacional nuestra. Hasta donde yo sé (y las noticias pueden ser viejas, mañana me enteraré de las novedades) tan sólo Navarra, País Vasco, Extremadura y Castilla y León no han llegado a un acuerdo entre sindicatos y gobiernos. También alegó la buena señá, que como una y otra parte irían de buen rollo y de coleguitas, que todo se negociaría igual y todos obtendrían lo mismo. No es así tampoco, pero bueno, no iba de eso la pataleta.

La pataleta va de que aquí, en Castilla y León, hay convocada una huelga de residentes durante los días 25 y 27 de Abril y 2 de Mayo y que, como no somos Madrid, ni Barcelona, ni nadie, pues eso no sale en las noticias. Supongo que no llegaremos a ella, porque se han sentado y negocian (y hay elecciones y no son tan cenutrios como parecían), pero el hecho está ahí y es desconocido: hay una huelga convocada, sin servicios mínimos, que afectará a mucha gente si llega a producirse. No es un asunto como para hacerle el vacío mediático, aunque tan bien venga a todos los que están arriba, sean del partido que sean. Esto es un asunto serio, en el que mucha gente está reclamando cosas tan básicas como que un trabajador del Grupo A cobre un salario base de trabajador del Grupo A... y eso es lo menos grave.

De las desigualdades que quería recortar el Real Decreto del año pasado y que no han hecho más que aumentar, ya hablaré otro día. O mañana. Tal vez dentro de unas horas sepamos que han cedido en algo de lo que pedimos (y que a mí, personalmente me parece demasiado poco) y que la mentada huelga nunca llegará a existir.

Pero estuvo ahí, y nadie dijo una mierda.

David Prieto, M.I.R. de Análisis Clínicos.
Y a mucha honra.

sábado, 7 de abril de 2007

Lluvioso sábado por la tarde...

Tarde de sábado, en vacaciones y está resultando ser una verdadera puñeta. Al menos he aprovechado para subir una entrada más a Crónicas de Drashur y organizar el resto.
Por lo demás, parece que en la calle llueve a ratos. Dentro de poco saldré a tomarme un café con unos amigos a los que veo demasiado poco. Es muy triste ver como cada uno se va por su lado... pero ya cada vez somos menos jóvenes. Ayer estuvimos hablando de eso, comparándolo con las series de televisión de toda la vida, en particular con Friends. Hace nada no nos veíamos ni tan siquiera como los personajes en la primera temporada y ahora ya casi somos los de la última (que quien no anda medio casado es porque se plantea tener un crío).
Y luego te preguntas adónde fueron a parar los años del medio.
Resulta triste.
Voy a ver si encuentro a alguien para salir un rato.
Menudo día de mierda.

domingo, 25 de marzo de 2007

Hispacon 2006

Después de muchos meses y de que Meliot me haya dado la paliza a base de bien, por fin me he decidido a colgar las cuatro fotos que saqué en Dos Hermanas el año pasado, cuando estuvimos allí para participar (sólo lo justo) en la Hispacon.

Rubén Sousa y Santiago García-Clairac en la presentación de El Ejército Negro.

Presentación de Visiones 2006, aunque sin Visiones 2006

Francisco Jesús Franco, Francisco Javier Illán Vivas y compañía, tomando unos cafeses antes de que empezara a llover (y es que la lluvia en (Dos Hermanas) Sevilla es pura maravilla).

Alejandro Guardiola y Víctor Martínez Martí unos instantes después de la anterior fotografía.

miércoles, 28 de febrero de 2007

Mención Honrosa en el II Concurso de Relatos de CF Coyllur

Pues eso que pone en el título. La verdad es que la CF me está dando bastantes más alegrías que la fantasía (en cuanto al tiempo que he dedicado a la una y a la otra). Para los que queráis leer El Señor de la Guerra, aquí os enlazo con el blog de Coyllur y aquí directamente con el relato.
Podéis ponerme a escurrir aquí o allí.
Un saludo a todos.

domingo, 18 de febrero de 2007

La Rata en Llamas

Ayer fui a ver El Motorista Fantasma (más por echar unas risas que otra cosa) y me encontré con un flagrante caso de maltrato a los animales. En varias escenas, la rata que Nicholas Cage usa a modo de peluquín entraba en combustión espontánea hasta quedar reducida a cenizas o aún menos que eso.
Desde aquí, quiero mostrar mi indignación hacia semejante crueldad e instar a quienes me lean a formar parte de una campaña de protesta ante semejantes hechos mediante comentarios contra semejante acto de barbarie sólo comparable con el esperpento pergueñado por los inefables M.S. Johnson y Nick Cage en este flim.
He dicho.
P.D.: Y, ahora, me voy de vacaciones. Sed buenos.

sábado, 10 de febrero de 2007

Relato: Descenso

Dedicación, eso era lo único que había mostrado a su empresa durante más de treinta años (Forshire Insurance Company, 13,5 millones de libras esterlinas facturados durante el último año fiscal y dirigida por Arthur B. Forrester) y las nulas satisfacciones que ésta le había reportado, la última había sido la negativa al ascenso que le correspondía por antigüedad, no iban a ser nada comparadas con lo que sucedería unos minutos después de entrar en el acristalado edificio de sus oficinas centrales.
John (Kilbert, John, 63 años, secretario de recursos humanos, casado, sin mascotas y con dos hijos), vestido con su traje gris (comprado en el Mark’s & Spencer de Avemaria Lane, por 234,95 libras), se había presentado ante su superior directo, el señor Tibault (Tibault, Raymond, 58 años, inspector de la sección de recursos humanos, casado, dos perros y una amante), quien le había mandado llamar y le había entregado un sobre con las condiciones de su cese. El inspector Tibault había levantado una ceja al hacerlo y, por un miserable instante, había separado su puro de su enorme mostacho manchado de nicotina. No dijo nada, al igual que no dijeron nada sus compañeros de oficina en la aseguradora o su propia secretaria, Susan (Sommerset, Susan, 42 años, secretaria, soltera, un gato y sin perspectivas), que se limitó a mordisquear el capuchón de su bolígrafo y a murmurar un lánguido “hasta luego”, demostrando que no había estado escuchando nada de lo que le había dicho.
Después, regresó a su casa por el camino acostumbrado (Blackfriars a Kentish Town con la British Rail) y saludó a su esposa (Kilbert, Mary, apellido de soltera Mayhew, 61 años, ama de casa, casada, un periquito y dos hijos). Cuando le dio la noticia de su despido, ella se escudó tras un gesto indiferente, mojó una pasta en su té y continuó leyendo la revista de moda y asuntos del hogar que tenía sobre la mesa. Tampoco Fred (Alberts, Frederick, 43 años, controlador aéreo, soltero, asesor de inversiones en sus ratos de ocio y fumador), su vecino más cercano, con el que había compartido interminables tardes en el pub de la esquina, fue capaz de decirle nada más que un “buenos días” que sonó tan apagado como el resto de las escasas frases que había escuchado durante el día.
John Kilbert (Kilbert, John, 63 años, parado, casado, sin mascotas y con dos hijos) pasó la tarde sólo, recordando los viejos tiempos en los que todo lo que hacía le ilusionaba, con una jarra de cerveza en la mano y sin terminar de apurarla. Cuando ya comenzaba a atardecer, la dejó en la barra, como tenía por costumbre, y se dispuso a pagar. El camarero, uno nuevo, el antiguo se había retirado el año anterior a un pequeño chalet en la Costa del Sol española, le sonrió con un gesto vacuo y no quiso aceptar su dinero. Se guardó el billete de cinco libras y emprendió el camino de regreso a casa, aunque lo hizo por la ruta más larga, ya que ésta no distaba más de cinco minutos de allí.
Con su sombra reflejándose en los charcos (humedad 70%, riesgo de precipitaciones 74%, presión atmosférica 987 mb y descendiendo), continuó con los recuerdos de lo que había sido su vida hasta el día anterior, como si se dispusiera a escribir un siniestro epitafio para sí mismo. Las luces de las farolas, espaciadas, con grandes sombras entre ellas, casi llevaron a su memoria los recuerdos de su niñez, de los días en los que los campos abiertos habían sustituido a la gris rutina de la gran ciudad, con los altos edificios de la City londinense dominándolo todo a su alrededor. Por primera vez en muchos años, sintió nostalgia de aquellos tiempos y una sensación de ahogo recorrió su pecho. Soltó el nudo de la corbata, tan gris como la rutina y algo más oscura que su traje, y sintió la necesidad de regresar lo más pronto posible a su casa.
De dos plantas, fachada de madera y casi ciento cuarenta años de antigüedad, había sido elegida por Mary al poco tiempo de casados. Gran parte del salario ganado en la aseguradora había sido invertido en ella y buena parte de él se había ido gastando en solucionar el millar de pequeños inconvenientes que habían ido surgiendo: humedades, goteras en el tejado de pizarra, el estallido de la caldera durante un invierno especialmente frío... a aquellas alturas de su vida ya casi podía asegurar que la mitad de la casa era suya, aunque el resto continuaba perteneciendo al banco (Barclays, interés variable). Otros treinta años ahorrando hasta el último penique y podría dejar a sus hijos algo que no fueran deudas. Eso si conseguía otro empleo...
Aproximó su mano a la cerradura. La llave le temblaba en ella y las gotas, gruesas monótonas y grises, comenzaban a mojar su traje, oscureciendo las mangas y empapando sus hombros caídos tras tantas horas de estudios de mercado y reuniones interminables. El metal rozó contra el metal con un chirrido inacabable y acabó por encajar. La giró... o trató de girarla. La puerta no se abrió. Mary, seguramente, había olvidado la llave al otro lado, dejando el cajetín bloqueado. Llamó al timbre y éste sonó con una suave melodía (la Primavera de las Cuatro Estaciones de Vivaldi) que fue apagándose poco a poco. Tampoco entonces consiguió que le abrieran. La aporreó con fuerza para hallar el mismo resultado.
Haciendo un esfuerzo, se encaramó al poyete de la ventana que había junto a las escaleras, los tres escalones que conducían hasta la puerta. La luz estaba encendida dentro y podía ver la sombra de Mary sentada frente al televisor, iluminándose con los destellos azulados e intermitentes de la pantalla. De ve en cuando agitaba las manos, como si respondiera a las preguntas que Mike Donovan (Donovan, Michael, 39 años, presentador de televisión, ídolo de las mujeres de mediana edad y probablemente homosexual), el presentador de su reality show favorito, hacía a sus invitados. Los brazos estaban a punto de cederle cuando una mancha negra pasó por delante de la ventana y saltó contra el cristal, deteniéndose a escasos centímetros. Cayó hacia atrás, tropezando y trastabillando hasta caer en uno de los numerosos charcos que poblaban la calle. Su manga derecha se enredó con la verja que rodeaba la entrada y se rasgó con un susurro, se golpeó la cabeza y su pelo cano comenzó a cubrirse de sangre.
El enorme perro negro ladró a través de la ventana, llenando de babas y vaho el cristal y John (Kilbert, John, 63 años, parado, casado, un enorme perro negro y con dos hijos) se acurrucó contra la verja con el corazón en un puño. Aquello hizo que Mary se levantara por fin y acudiera a apartar al ruidoso animal antes de que escandalizara a todo el vecindario. Durante un instante, miró por la ventana mientras tiraba de la correa hacia atrás y le reñía como si se tratara de un cachorrillo. Sus ojos pasaron sobre él y a través de él, como si no le viese o no le quisiera ver. Gritó, tratando de llamar su atención, pero ella no se detuvo y, tirando del animal, regresó al sillón. Se lanzó hacia la puerta de nuevo. La llave y el llavero del que colgaba ya no estaban allí. Aguardó durante horas sin que nadie pareciera verle tampoco. Sucio, manchado de barro, con un feo corte en la cabeza y con el aspecto de un vagabundo desarrapado, John (Kilbert, John, 63 años, parado) se alejó de allí buscando algo que llevarse a la boca dos días después, tras ver como sus propios hijos pasaban de largo ante él.
John terminó por desaparecer entre las grietas.
© David Prieto 2005

miércoles, 7 de febrero de 2007

Bibliografía

Bibliografía: transplantada desde mi ficha de Autor TDL en sedice.com
Nick: dStrangis
Nombre real: David Prieto
Lugar de nacimiento: Salamanca

Méritos en concursos:
- Seleccionado en Concurso Editorial Abaco con el relato Oscuridad Manifiesta.
- En la mitad de la clasificación del TDLV y orgulloso de ello con el relato Extractos.
- Seleccionado para antología Visiones 2006 con el relato Hijos del Pantano.
- Segundo en el Segundo Concurso Círculo de Bardos con el relato El Todo y la Parte.
- Finalista en el VI Concurso Melocotón Mecánico con el relato de C.F. Highwayman.
- Sexto en el Primer Concurso de Terror Tierra de Leyendas con el relato La Dama del Bosque.
- Segundo en el Concurso NavideñoTDL 2006 con el relato Fe y Hollín.
- Seleccionado en II Concurso Editorial Abaco con el relato Dejarlo para luego.
- Mención Honrosa en el II Premio Coyllur 2006 de CF con el relato El Señor de la Guerra.

Publicaciones:
- TDL V con el relato Extractos y con la ilustración de Respuestas de Orome.
- Te lo Cuento con el relato Oscuridad Manifiesta.
- Visiones 2006 en con el relato Hijos del Pantano.
- Urnas de Jade: Leyendas: próximamente en la colección Albemuth Internacional de Grupo AJEC.

Listado de Relatos en la red:
Extractos: Relato presentado a TDLV que acabó en… trigésimo quinto lugar (que queda mejor que decir el 35 de 42). Comentar Extractos
33 Revoluciones por minuto: Relato corto explicando por qué la música de los ochenta es mucho mejor que la actual. O, si no, preguntadle a su protagonista.
Wendigo: Relato de terror en un estilo a lo Stephen King (quiero recalcar que jamás he leído a este buen hombre, pero eso es lo que me han comentado) con el que participé en el V Certamen de Relato Punto de Lectura y quedé... en un puesto indeterminado entre los 38 participantes. También podéis leerlo y comentarlo aquí o en subcultos.com.
La Bestia: Relato cortísimo enviado al Segundo Concurso de Cuento Corto Álvaro Cepeda Samudio y en la que, manteniendo la costumbre de su autor, no se comió un colín.
La Maquinaria de la Guerra: Decimo octavo de los veinticinco relatos presentados al I Concurso Asimoviano.
Pasos: Fue relato de TDL en Julio del 2006. TOdavía tengo que engancharle un enlace.
Relatos, poemas y demás en Al Otro Lado del Espejo: Pues eso, un poco de todo. A través de este enlace se puede bajar el recopilatorio que han hecho mis compañeros con los mejores del 2005. Bueno, aparte de esto, tengo muchas más cosas en Al Otro Lado del Espejo, pero son relatillos improvisados para el juego de cuentos encadenados y hacer links para cada uno sería un poco cansino.

Entrevistas, artículos y demás en la red:
Aquí está el primero, en la página 7. Cuidadín que es un pdf de un par de megas.

Otras cosillas:
A pesar de no saber dibujar, conseguí los puestos 2º y 3º en el concurso de dibujo de Al Otro Lado del Espejo... ilustrando dos de mis propias obras. Os pongo unos links aquí para que podáis verlas: La Espera y Paisaje Nevado.

Aunque no son míos, quiero incluir una serie de bocetos de algunos de los personajes de mis novelas dibujados por Javier Andrés Lopetegui: Abaissal-ben-Addim, Delinard Santhor, Falstaff Vladsörd, Qüestor Elendhal y Xemiod.

Y más... que ya se irán andando.

Ebay es un asco...

Por su culpa mirad lo que me ha llegado a casa hace dos días.

Son chulos, ¿eh?

Relato: El Soñador

Voy a mi trabajo, paseo, como, bebo y duermo como todos los demás. Hoy en día no hay nada que me diferencie de cualquiera. Tengo que hacer frente a mi hipoteca como todo hijo de vecino y me preocupa la dirección que está tomando el mundo y el hecho de que mi mujer y yo cada día seamos mayores y de que el tiempo para plantearse tener un hijo se va agotando día a día. No puedo decir que mi vida sea mala, desde luego he tenido más oportunidades de las que se dan a muchos. Tampoco puedo decir que sea la más maravillosa del mundo. A estas alturas es sólo eso, una vida, como la de cualquier hombre o mujer de este planeta, con sus más y sus menos. Sólo eso.
Pero antes fui más. Mucho más.
No puedo precisar cuánto duró, si fueron, años, meses o unos pocos días, pero el caso es que sucedió. Por un breve espacio de tiempo fui algo mucho más grande y, al mismo tiempo, mucho más pequeño.
Pasó cuando era más joven. Entonces no tenía ni mujer ni hipoteca, sino estudios y exámenes. Una carrera apenas iniciada —que no me satisfacía en nada— y la responsabilidad de sacarla adelante del mejor de los modos, imitando a la figura paterna y a otras muchas. En mi familia siempre ha habido figuras de sobra. Me levantaba incluso más pronto de lo que lo hago ahora, dedicaba las mañanas a las clases y buena parte de la tarde a estudiar. Cuando llegaba la hora de dormir, estaba destrozado. Caía como un saco y soñaba… soñaba pesadillas.
Cada noche una diferente, descargando en ella toda la frustración acumulada a lo largo del día. Pesadillas sangrientas, dignas de la mejor película gore; filosóficas, en las que se me negaba todo, incluida la misma existencia… pesadillas de todos los tipos y colores que habrían servido para llenar los divanes de un centenar de psicoanalistas.
Y claro, los días se hacían eternos. No descansaba ni de día ni de noche. Aunque dormía de un tirón —por mucho que digan, nadie se despierta gritando y con la frente cubierta de sudores fríos, eso es mejor dejarlo para las películas— tampoco me sentía bien al día siguiente. Si había estado corriendo, los músculos de las piernas me dolían, si había sido aplastado por una avalancha, era todo el cuerpo… así semana tras semana, hasta que llegó uno de los sueños más aterradores. Al menos uno que debería haberlo sido, pero que a mí me salvó la vida y que me hizo… como ya dije antes, me permitió ser mucho más de lo que nunca había sido y, me temo, mucho más de lo que nunca seré.
Tras una larga semana de exámenes, aquel sueño me condujo hasta el patio del colegio de mi niñez. Era igual que lo recordaba, con el suelo de gravilla gris y una enorme morera en uno de sus extremos. En aquella ocasión, el cielo también era gris, no porque estuviera nublado, sino que todo él era de un gris plomizo. Soplaba viento, pero eso no me importaba. Estaba sentado en una silla de ruedas en medio de aquel patio. Alguien me había atado a ella.
Pero eso no era lo peor de todo. Aquel alguien, que no recuerdo quién era o si en algún momento llegué a verle el rostro, sostenía en su mano un paquete de palillos. Lo sostenía e iba sacándolos uno a uno para clavarlos concienzudamente. En mis ojos. Primero en uno y después en el otro. Media docena, una docena, veinte, treinta… el dolor era tan insoportable como puede llegarlo a ser en un sueño e iba acompañado por sus risas y las de los demás compañeros que me rodeaban. Me clavaban palillos de madera en los ojos y se reían… yo gritaba y pedía que parasen. Pero no se paraban y seguían, dando vueltas a mi alrededor y clavando, siempre clavando. Sonrientes y clavando… pero, ¿los veía? Debería de estar ciego y estaba viéndolos. Se reían, se burlaban y yo los veía.
Era un milagro… o se trataba de un sueño.
La certeza acudió a mí y, cómo ya dije antes, me liberó. Sabía que estaba soñando, que las cuerdas que me ataban a la silla y los palillos ya no tenían ningún sentido. Era mi pesadilla y yo el que la soñaba. De acuerdo con eso, yo lo era todo allí. Y nada tenía que ser como lo estaba viendo. Aquella noche me levanté, rompiendo las cuerdas y fui a por cada uno de los que me habían hecho aquello, de los que se habían atrevido a hacerme aquello. No les pagué con la misma moneda, no soy un sádico. Les perseguí lentamente, hasta darles alcance. Y después les rompí el cuello. Uno a uno. Hasta el último.
Cuando me desperté por la mañana, me encontraba mucho mejor.
Los días siguieron la misma rutina que siempre, clases, estudio, prácticas, exámenes… pero las noches se convirtieron en mi coto privado. Sucediera lo que sucediese en mis pesadillas, era capaz de darles la vuelta. En aquellas que me veía perseguido, cuando me venía en gana yo era el que me convertía en el perseguidor. Al principio no necesitaba hacer nada en especial. El miedo se difuminaba y el poder acudía a mi llamada. Después, fue aún mejor. Por grande que fuera el monstruo, yo era mayor, por rápido que corriese, mi agilidad no tenía límites… era el dios de mi pequeño universo. Un dios vengativo a veces, pero aquel era mi terreno. Lo primero que había aprendido era que el miedo otorgaba el poder… y me convertí en el miedo supremo. Pronto dejé de conformarme con romper cuellos y quebrar espaldas… antes de hacer eso prefería que mis víctimas supiesen lo que era el verdadero pánico. Yo se lo proporcionaba con gusto. En algunos momentos todavía recuerdo las garras, las alas membranosas surgiendo de la espalda… instantes de dolor que sólo eran eso, instantes. Después venía la libertad de saberme arriba del todo pirámide. Respeto y miedo se fundían en un todo en el que yo me había convertido en el rey de la creación.
Al contrario de lo que muchos pudieran creer, mi descubrimiento me llevó a ser más feliz durante las horas de vigilia. Seguía teniendo que enfrentarme a los mismos problemas, pero sabía que al final del día regresaría allí y las cosas que me asustaban tendrían que asustarse de mí… y busqué más.
No sé cómo lo hice, pues apenas me acuerdo de los sueños que tuve y los pocos recuerdos que conservo son en gran medida de las sensaciones que me producían, pero conseguí imponer mi voluntad sobre todas las cosas. Aquello sucedía en mi mente, así que era producto de ella. Lo que había creado podía ser cambiado, sólo había que encontrar la manera. Tardé muy poco en darme cuenta de dónde se encontraban los ladrillos de mi pequeña realidad. Fue mucho más fácil que mis primeros y dubitativos pasos. La realidad, las pautas que la componían, eran más sencillas de manejar que la propia percepción de mí mismo. Entonces fue cuando me convertí en el verdadero diosecillo de mi mundo, haciendo y deshaciendo a gusto. Los cielos grises podían ser azules, o negros o violetas. Lo que había pasado antes podía volver a pasar, en un ciclo interminable, o desaparecer en el olvido. Había tantas posibilidades que descubrirlas en una sola noche me fue imposible.
No tengo que explicar la decepción que tuve al día siguiente, cuando sonó la alarma y tuve que regresar a la vida que me esperaba fuera del mundo de los sueños, donde era alguien del montón, tanto en los estudios, como en el resto de los aspectos de mi vida, que si se podían contar de algún modo, era a golpe de fracasos.
Una nueva noche y una nueva oportunidad de probarme. Había demostrado poder cambiarme a mí mismo y poder cambiar lo que me rodeaba, pero ni tan siquiera podía rozar la realidad que se alzaba al otro lado de las paredes de mi pequeño reino. Aquél era un momento tan bueno como cualquier otro. Ya no era un bebé gateando. Era el señor de los sueños, tenía conciencia de muchas más sutilezas de las que tenía conciencia cualquier otro hombre… había atravesado cada una de las barreras que me había propuesto desde que me clavaron aquellos palillos en los ojos. Entonces descubrí que podía ver. En aquel momento, ver no era nada para mí. Sólo la manera de llegar… y ni siquiera eso, la vista se había convertido en un sentido demasiado mundano. Todo era pensamiento, energía electroquímica liberada de forma aleatoria. Para los demás era aleatorio, para mí era algo más parecido a un arte. Tomé mi forma más aterradora y me preparé para el siguiente salto, para explorar los reinos que los demás utilizaban tan poco y tan mal, expandí mis límites hasta lo imposible y entonces…
Allí estaba él.
Creo que su rostro, pálido y rodeado de sombras, fue el único recuerdo claro que me permitió conservar de mis cortos días de gloria. Eso y que no tuve fuerzas para enfrentarme a él, que perdí sin ni siquiera luchar el primer asalto. Visto y no visto. Se acabó.
Al día siguiente desperté como cada mañana. Nada parecía haber cambiado.
Pero cambió. Desde entonces no he podido volver a mis sueños; han quedado aparcadas, pero sólo cuando despierto me doy cuenta de que he soñado, nunca antes. Aquello que me hizo especial se fue. Con un gesto y una mirada. Ahora sólo soy un hombre más, atado a la tierra, a los intereses hipotecarios y al mundo de la vigilia durante veinticuatro horas al día.
¿Podría haber sido diferente?
Por supuesto que en ocasiones me lo pregunto. Fui un rey y perdí mi reino, ¿quién en su sano juicio no lo haría? Tal vez habría alcanzado los de otros y les habría mostrado hasta donde podrían llegar, dándoles la oportunidad de imaginar todos unidos. La oportunidad de mejorar dentro de sus propios sueños, de discernir el verdadero aspecto de la realidad a través de las realidades de otros. La oportunidad de ver a través de los ojos de sus enemigos, de comprenderles…
O tal vez no.
De las pocas memorias que conservo muchas son sobre aquello que aprendí al principio, del poder que me otorgó el miedo. Tal vez me habría convertido en la pesadilla de muchos al tratar de evitar las mías propias.
No lo sé.
Lo único cierto es que una vez fui algo más que un hombre y ahora voy a mi trabajo, paseo, como, bebo y duermo como todos los demás. Lo que podría haber pasado ya no importa.
Desapareció con las primeras luces del alba.
Y desperté.
© David Prieto 2005

No hay uno sin dos...

Me pareció buena idea sacar de Crónicas de Drashur, el blog hermano de éste todo lo que no tiene relación directa con Urnas de Jade ni asuntos similares. Una idea como cualquier otra que hoy se materializa con el transvase del relato El Soñador desde aquél hasta éste.
Espero que os guste como va quedando.
Un saludo a todos.