miércoles, 9 de mayo de 2007

La moneda europea

No acostumbro a viajar en puentes, pero este último, el de Mayo, a mi amigo Alex y a mí nos liaron para ir a hacer una visita a Francia. Pero no es del viaje en sí ni de lo que hicimos allí, que eso es otra historia que a lo mejor cuento (o cuenta él) otro día. De lo que quiero hablar es de la vuelta, de lo bien organizado que está el mundo y, aún más, ése que se encuentra al otro lado de los Pirineos.

La cuestión es que fuimos, nos lo pasamos realmente bien y regresamos. La vuelta, como no había forma de hacerla por la misma ruta que la ida, acabó por llevarnos a París. Teníamos todos los detalles calculados: llegada a la Estación del Este, metro a la del Norte y tren hasta el Charles de Gaulle. Los primeros pasos bien y hasta ahí no tengo quejas de los franceses (por una vez), pero en cuanto llegamos a la Estación del Norte...

¿He dicho que era 1 de Mayo? Pues era 1 de Mayo y en la Estación del Norte de París, salvo una taquilla de desinformación, hasta la última de las otras estaba cerrada a cal y canto. En la de desinformación, por supuesto, no vendían billetes, por lo que no quedaba otro remedio que utilizar las máquinas que hay colocadas para agilizar la venta, ya sabéis, de esas con botones en las que eliges, pones dinero y te sueltan el ticket de turno. Hacia allí fuimos. Una rota, otra fuera de servicio... de todas maneras había muchas, así que acabamos por encontrar una que funcionaba. Con monedas, tarjetas de esas con chip que usan los franceses y ¿billetes? No, billetes no. Las máquinas de la SNCF, de los ferrocarriles de Francia, no utilizan billetes. Por lo que parece, desconfían del papel moneda por alguna razón.


Eran ocho leuros con diez por cabeza, no se me olvidará. Porque no teníamos ocho con diez leuros cada uno en moneditas, porque nadie lleva ocho con diez leuros. Tampoco había máquinas que cambiaran billetes (que sí teníamos, eran de curso legal y todo eso) por monedas. Y nosotros como que no hablamos demasiado francés (Alex lo entiende, pero yo ni palabra). ¿No lo había dicho ya? Pues lo hago. De parle vú francé, niente. Más que le pese a mi novia.

Peeeeero no hay problema, dice mi amigo, todavía positivo. Ahí hay un kiosko. Unos chicles, unas chocolatinas, le suelto uno de estos billetes tan bonitos y tan europeos y a correr. Coge las cuatro zarandajas, saca un billete de cincuenta y allá va con una sonrisa en los labios. Pues va a ser que no. La dependienta, niega con la cabeza, como si ella misma hubiera desarrollado idéntica aversión por el papel moneda que las máquinas. Vale. Billete demasiado grande, pienso, con endilgarle uno de veinte y lo que tenemos, vamos sobrados. Saco el de veinte. Tajante, vuelve a negar con la cabeza.

Allí se le quedaron los dulces y el buen humor y el positivismo que todavía conservábamos.

Casi tres cuartos de hora después, cuando ya pensábamos en si tendríamos que ponernos a pedir o prostituirnos, conseguimos que la dependienta de una croissanterie nos hiciera el inmenso favor de cambiarnos un billete de diez. Del tiempo limitado para meter monedas en una máquina que no acepta billetes hablaré otro día.

Así que ya sabéis: en Francia hay que llevar monedas. Por lo que parece, los franceses (y alemanes, ingleses y demás, porque por París pasa gente de todas partes) llevan kilos de ellas en los bolsillos, pues, además de servir para las máquinas de la SNCF evitan que un viento brusco te eche a volar como si fueras una bolsa de papel... o eso, o es que están tan mal organizados como nosotros, pero son incapaces de admitirlo.

Un saludo a todos.
Europe is different.

2 comentarios:

Alex dijo...

Buenas. Tan cierto como que servidor es el otro protagonista de la mencionada aventura.

Ahora, me quedé más a gusto cuando le dejé el chocolate y los chicles en el mostrador a la borde de francesa!
Pa borde yo.

Anónimo dijo...

!Ah! y yo que pensaba que eso solo ocurría en América.
Yo ni te cuento mis aventuras en California. De solo acordarme se me ponen los pelos de punta.