miércoles, 28 de febrero de 2007

Mención Honrosa en el II Concurso de Relatos de CF Coyllur

Pues eso que pone en el título. La verdad es que la CF me está dando bastantes más alegrías que la fantasía (en cuanto al tiempo que he dedicado a la una y a la otra). Para los que queráis leer El Señor de la Guerra, aquí os enlazo con el blog de Coyllur y aquí directamente con el relato.
Podéis ponerme a escurrir aquí o allí.
Un saludo a todos.

domingo, 18 de febrero de 2007

La Rata en Llamas

Ayer fui a ver El Motorista Fantasma (más por echar unas risas que otra cosa) y me encontré con un flagrante caso de maltrato a los animales. En varias escenas, la rata que Nicholas Cage usa a modo de peluquín entraba en combustión espontánea hasta quedar reducida a cenizas o aún menos que eso.
Desde aquí, quiero mostrar mi indignación hacia semejante crueldad e instar a quienes me lean a formar parte de una campaña de protesta ante semejantes hechos mediante comentarios contra semejante acto de barbarie sólo comparable con el esperpento pergueñado por los inefables M.S. Johnson y Nick Cage en este flim.
He dicho.
P.D.: Y, ahora, me voy de vacaciones. Sed buenos.

sábado, 10 de febrero de 2007

Relato: Descenso

Dedicación, eso era lo único que había mostrado a su empresa durante más de treinta años (Forshire Insurance Company, 13,5 millones de libras esterlinas facturados durante el último año fiscal y dirigida por Arthur B. Forrester) y las nulas satisfacciones que ésta le había reportado, la última había sido la negativa al ascenso que le correspondía por antigüedad, no iban a ser nada comparadas con lo que sucedería unos minutos después de entrar en el acristalado edificio de sus oficinas centrales.
John (Kilbert, John, 63 años, secretario de recursos humanos, casado, sin mascotas y con dos hijos), vestido con su traje gris (comprado en el Mark’s & Spencer de Avemaria Lane, por 234,95 libras), se había presentado ante su superior directo, el señor Tibault (Tibault, Raymond, 58 años, inspector de la sección de recursos humanos, casado, dos perros y una amante), quien le había mandado llamar y le había entregado un sobre con las condiciones de su cese. El inspector Tibault había levantado una ceja al hacerlo y, por un miserable instante, había separado su puro de su enorme mostacho manchado de nicotina. No dijo nada, al igual que no dijeron nada sus compañeros de oficina en la aseguradora o su propia secretaria, Susan (Sommerset, Susan, 42 años, secretaria, soltera, un gato y sin perspectivas), que se limitó a mordisquear el capuchón de su bolígrafo y a murmurar un lánguido “hasta luego”, demostrando que no había estado escuchando nada de lo que le había dicho.
Después, regresó a su casa por el camino acostumbrado (Blackfriars a Kentish Town con la British Rail) y saludó a su esposa (Kilbert, Mary, apellido de soltera Mayhew, 61 años, ama de casa, casada, un periquito y dos hijos). Cuando le dio la noticia de su despido, ella se escudó tras un gesto indiferente, mojó una pasta en su té y continuó leyendo la revista de moda y asuntos del hogar que tenía sobre la mesa. Tampoco Fred (Alberts, Frederick, 43 años, controlador aéreo, soltero, asesor de inversiones en sus ratos de ocio y fumador), su vecino más cercano, con el que había compartido interminables tardes en el pub de la esquina, fue capaz de decirle nada más que un “buenos días” que sonó tan apagado como el resto de las escasas frases que había escuchado durante el día.
John Kilbert (Kilbert, John, 63 años, parado, casado, sin mascotas y con dos hijos) pasó la tarde sólo, recordando los viejos tiempos en los que todo lo que hacía le ilusionaba, con una jarra de cerveza en la mano y sin terminar de apurarla. Cuando ya comenzaba a atardecer, la dejó en la barra, como tenía por costumbre, y se dispuso a pagar. El camarero, uno nuevo, el antiguo se había retirado el año anterior a un pequeño chalet en la Costa del Sol española, le sonrió con un gesto vacuo y no quiso aceptar su dinero. Se guardó el billete de cinco libras y emprendió el camino de regreso a casa, aunque lo hizo por la ruta más larga, ya que ésta no distaba más de cinco minutos de allí.
Con su sombra reflejándose en los charcos (humedad 70%, riesgo de precipitaciones 74%, presión atmosférica 987 mb y descendiendo), continuó con los recuerdos de lo que había sido su vida hasta el día anterior, como si se dispusiera a escribir un siniestro epitafio para sí mismo. Las luces de las farolas, espaciadas, con grandes sombras entre ellas, casi llevaron a su memoria los recuerdos de su niñez, de los días en los que los campos abiertos habían sustituido a la gris rutina de la gran ciudad, con los altos edificios de la City londinense dominándolo todo a su alrededor. Por primera vez en muchos años, sintió nostalgia de aquellos tiempos y una sensación de ahogo recorrió su pecho. Soltó el nudo de la corbata, tan gris como la rutina y algo más oscura que su traje, y sintió la necesidad de regresar lo más pronto posible a su casa.
De dos plantas, fachada de madera y casi ciento cuarenta años de antigüedad, había sido elegida por Mary al poco tiempo de casados. Gran parte del salario ganado en la aseguradora había sido invertido en ella y buena parte de él se había ido gastando en solucionar el millar de pequeños inconvenientes que habían ido surgiendo: humedades, goteras en el tejado de pizarra, el estallido de la caldera durante un invierno especialmente frío... a aquellas alturas de su vida ya casi podía asegurar que la mitad de la casa era suya, aunque el resto continuaba perteneciendo al banco (Barclays, interés variable). Otros treinta años ahorrando hasta el último penique y podría dejar a sus hijos algo que no fueran deudas. Eso si conseguía otro empleo...
Aproximó su mano a la cerradura. La llave le temblaba en ella y las gotas, gruesas monótonas y grises, comenzaban a mojar su traje, oscureciendo las mangas y empapando sus hombros caídos tras tantas horas de estudios de mercado y reuniones interminables. El metal rozó contra el metal con un chirrido inacabable y acabó por encajar. La giró... o trató de girarla. La puerta no se abrió. Mary, seguramente, había olvidado la llave al otro lado, dejando el cajetín bloqueado. Llamó al timbre y éste sonó con una suave melodía (la Primavera de las Cuatro Estaciones de Vivaldi) que fue apagándose poco a poco. Tampoco entonces consiguió que le abrieran. La aporreó con fuerza para hallar el mismo resultado.
Haciendo un esfuerzo, se encaramó al poyete de la ventana que había junto a las escaleras, los tres escalones que conducían hasta la puerta. La luz estaba encendida dentro y podía ver la sombra de Mary sentada frente al televisor, iluminándose con los destellos azulados e intermitentes de la pantalla. De ve en cuando agitaba las manos, como si respondiera a las preguntas que Mike Donovan (Donovan, Michael, 39 años, presentador de televisión, ídolo de las mujeres de mediana edad y probablemente homosexual), el presentador de su reality show favorito, hacía a sus invitados. Los brazos estaban a punto de cederle cuando una mancha negra pasó por delante de la ventana y saltó contra el cristal, deteniéndose a escasos centímetros. Cayó hacia atrás, tropezando y trastabillando hasta caer en uno de los numerosos charcos que poblaban la calle. Su manga derecha se enredó con la verja que rodeaba la entrada y se rasgó con un susurro, se golpeó la cabeza y su pelo cano comenzó a cubrirse de sangre.
El enorme perro negro ladró a través de la ventana, llenando de babas y vaho el cristal y John (Kilbert, John, 63 años, parado, casado, un enorme perro negro y con dos hijos) se acurrucó contra la verja con el corazón en un puño. Aquello hizo que Mary se levantara por fin y acudiera a apartar al ruidoso animal antes de que escandalizara a todo el vecindario. Durante un instante, miró por la ventana mientras tiraba de la correa hacia atrás y le reñía como si se tratara de un cachorrillo. Sus ojos pasaron sobre él y a través de él, como si no le viese o no le quisiera ver. Gritó, tratando de llamar su atención, pero ella no se detuvo y, tirando del animal, regresó al sillón. Se lanzó hacia la puerta de nuevo. La llave y el llavero del que colgaba ya no estaban allí. Aguardó durante horas sin que nadie pareciera verle tampoco. Sucio, manchado de barro, con un feo corte en la cabeza y con el aspecto de un vagabundo desarrapado, John (Kilbert, John, 63 años, parado) se alejó de allí buscando algo que llevarse a la boca dos días después, tras ver como sus propios hijos pasaban de largo ante él.
John terminó por desaparecer entre las grietas.
© David Prieto 2005

miércoles, 7 de febrero de 2007

Bibliografía

Bibliografía: transplantada desde mi ficha de Autor TDL en sedice.com
Nick: dStrangis
Nombre real: David Prieto
Lugar de nacimiento: Salamanca

Méritos en concursos:
- Seleccionado en Concurso Editorial Abaco con el relato Oscuridad Manifiesta.
- En la mitad de la clasificación del TDLV y orgulloso de ello con el relato Extractos.
- Seleccionado para antología Visiones 2006 con el relato Hijos del Pantano.
- Segundo en el Segundo Concurso Círculo de Bardos con el relato El Todo y la Parte.
- Finalista en el VI Concurso Melocotón Mecánico con el relato de C.F. Highwayman.
- Sexto en el Primer Concurso de Terror Tierra de Leyendas con el relato La Dama del Bosque.
- Segundo en el Concurso NavideñoTDL 2006 con el relato Fe y Hollín.
- Seleccionado en II Concurso Editorial Abaco con el relato Dejarlo para luego.
- Mención Honrosa en el II Premio Coyllur 2006 de CF con el relato El Señor de la Guerra.

Publicaciones:
- TDL V con el relato Extractos y con la ilustración de Respuestas de Orome.
- Te lo Cuento con el relato Oscuridad Manifiesta.
- Visiones 2006 en con el relato Hijos del Pantano.
- Urnas de Jade: Leyendas: próximamente en la colección Albemuth Internacional de Grupo AJEC.

Listado de Relatos en la red:
Extractos: Relato presentado a TDLV que acabó en… trigésimo quinto lugar (que queda mejor que decir el 35 de 42). Comentar Extractos
33 Revoluciones por minuto: Relato corto explicando por qué la música de los ochenta es mucho mejor que la actual. O, si no, preguntadle a su protagonista.
Wendigo: Relato de terror en un estilo a lo Stephen King (quiero recalcar que jamás he leído a este buen hombre, pero eso es lo que me han comentado) con el que participé en el V Certamen de Relato Punto de Lectura y quedé... en un puesto indeterminado entre los 38 participantes. También podéis leerlo y comentarlo aquí o en subcultos.com.
La Bestia: Relato cortísimo enviado al Segundo Concurso de Cuento Corto Álvaro Cepeda Samudio y en la que, manteniendo la costumbre de su autor, no se comió un colín.
La Maquinaria de la Guerra: Decimo octavo de los veinticinco relatos presentados al I Concurso Asimoviano.
Pasos: Fue relato de TDL en Julio del 2006. TOdavía tengo que engancharle un enlace.
Relatos, poemas y demás en Al Otro Lado del Espejo: Pues eso, un poco de todo. A través de este enlace se puede bajar el recopilatorio que han hecho mis compañeros con los mejores del 2005. Bueno, aparte de esto, tengo muchas más cosas en Al Otro Lado del Espejo, pero son relatillos improvisados para el juego de cuentos encadenados y hacer links para cada uno sería un poco cansino.

Entrevistas, artículos y demás en la red:
Aquí está el primero, en la página 7. Cuidadín que es un pdf de un par de megas.

Otras cosillas:
A pesar de no saber dibujar, conseguí los puestos 2º y 3º en el concurso de dibujo de Al Otro Lado del Espejo... ilustrando dos de mis propias obras. Os pongo unos links aquí para que podáis verlas: La Espera y Paisaje Nevado.

Aunque no son míos, quiero incluir una serie de bocetos de algunos de los personajes de mis novelas dibujados por Javier Andrés Lopetegui: Abaissal-ben-Addim, Delinard Santhor, Falstaff Vladsörd, Qüestor Elendhal y Xemiod.

Y más... que ya se irán andando.

Ebay es un asco...

Por su culpa mirad lo que me ha llegado a casa hace dos días.

Son chulos, ¿eh?

Relato: El Soñador

Voy a mi trabajo, paseo, como, bebo y duermo como todos los demás. Hoy en día no hay nada que me diferencie de cualquiera. Tengo que hacer frente a mi hipoteca como todo hijo de vecino y me preocupa la dirección que está tomando el mundo y el hecho de que mi mujer y yo cada día seamos mayores y de que el tiempo para plantearse tener un hijo se va agotando día a día. No puedo decir que mi vida sea mala, desde luego he tenido más oportunidades de las que se dan a muchos. Tampoco puedo decir que sea la más maravillosa del mundo. A estas alturas es sólo eso, una vida, como la de cualquier hombre o mujer de este planeta, con sus más y sus menos. Sólo eso.
Pero antes fui más. Mucho más.
No puedo precisar cuánto duró, si fueron, años, meses o unos pocos días, pero el caso es que sucedió. Por un breve espacio de tiempo fui algo mucho más grande y, al mismo tiempo, mucho más pequeño.
Pasó cuando era más joven. Entonces no tenía ni mujer ni hipoteca, sino estudios y exámenes. Una carrera apenas iniciada —que no me satisfacía en nada— y la responsabilidad de sacarla adelante del mejor de los modos, imitando a la figura paterna y a otras muchas. En mi familia siempre ha habido figuras de sobra. Me levantaba incluso más pronto de lo que lo hago ahora, dedicaba las mañanas a las clases y buena parte de la tarde a estudiar. Cuando llegaba la hora de dormir, estaba destrozado. Caía como un saco y soñaba… soñaba pesadillas.
Cada noche una diferente, descargando en ella toda la frustración acumulada a lo largo del día. Pesadillas sangrientas, dignas de la mejor película gore; filosóficas, en las que se me negaba todo, incluida la misma existencia… pesadillas de todos los tipos y colores que habrían servido para llenar los divanes de un centenar de psicoanalistas.
Y claro, los días se hacían eternos. No descansaba ni de día ni de noche. Aunque dormía de un tirón —por mucho que digan, nadie se despierta gritando y con la frente cubierta de sudores fríos, eso es mejor dejarlo para las películas— tampoco me sentía bien al día siguiente. Si había estado corriendo, los músculos de las piernas me dolían, si había sido aplastado por una avalancha, era todo el cuerpo… así semana tras semana, hasta que llegó uno de los sueños más aterradores. Al menos uno que debería haberlo sido, pero que a mí me salvó la vida y que me hizo… como ya dije antes, me permitió ser mucho más de lo que nunca había sido y, me temo, mucho más de lo que nunca seré.
Tras una larga semana de exámenes, aquel sueño me condujo hasta el patio del colegio de mi niñez. Era igual que lo recordaba, con el suelo de gravilla gris y una enorme morera en uno de sus extremos. En aquella ocasión, el cielo también era gris, no porque estuviera nublado, sino que todo él era de un gris plomizo. Soplaba viento, pero eso no me importaba. Estaba sentado en una silla de ruedas en medio de aquel patio. Alguien me había atado a ella.
Pero eso no era lo peor de todo. Aquel alguien, que no recuerdo quién era o si en algún momento llegué a verle el rostro, sostenía en su mano un paquete de palillos. Lo sostenía e iba sacándolos uno a uno para clavarlos concienzudamente. En mis ojos. Primero en uno y después en el otro. Media docena, una docena, veinte, treinta… el dolor era tan insoportable como puede llegarlo a ser en un sueño e iba acompañado por sus risas y las de los demás compañeros que me rodeaban. Me clavaban palillos de madera en los ojos y se reían… yo gritaba y pedía que parasen. Pero no se paraban y seguían, dando vueltas a mi alrededor y clavando, siempre clavando. Sonrientes y clavando… pero, ¿los veía? Debería de estar ciego y estaba viéndolos. Se reían, se burlaban y yo los veía.
Era un milagro… o se trataba de un sueño.
La certeza acudió a mí y, cómo ya dije antes, me liberó. Sabía que estaba soñando, que las cuerdas que me ataban a la silla y los palillos ya no tenían ningún sentido. Era mi pesadilla y yo el que la soñaba. De acuerdo con eso, yo lo era todo allí. Y nada tenía que ser como lo estaba viendo. Aquella noche me levanté, rompiendo las cuerdas y fui a por cada uno de los que me habían hecho aquello, de los que se habían atrevido a hacerme aquello. No les pagué con la misma moneda, no soy un sádico. Les perseguí lentamente, hasta darles alcance. Y después les rompí el cuello. Uno a uno. Hasta el último.
Cuando me desperté por la mañana, me encontraba mucho mejor.
Los días siguieron la misma rutina que siempre, clases, estudio, prácticas, exámenes… pero las noches se convirtieron en mi coto privado. Sucediera lo que sucediese en mis pesadillas, era capaz de darles la vuelta. En aquellas que me veía perseguido, cuando me venía en gana yo era el que me convertía en el perseguidor. Al principio no necesitaba hacer nada en especial. El miedo se difuminaba y el poder acudía a mi llamada. Después, fue aún mejor. Por grande que fuera el monstruo, yo era mayor, por rápido que corriese, mi agilidad no tenía límites… era el dios de mi pequeño universo. Un dios vengativo a veces, pero aquel era mi terreno. Lo primero que había aprendido era que el miedo otorgaba el poder… y me convertí en el miedo supremo. Pronto dejé de conformarme con romper cuellos y quebrar espaldas… antes de hacer eso prefería que mis víctimas supiesen lo que era el verdadero pánico. Yo se lo proporcionaba con gusto. En algunos momentos todavía recuerdo las garras, las alas membranosas surgiendo de la espalda… instantes de dolor que sólo eran eso, instantes. Después venía la libertad de saberme arriba del todo pirámide. Respeto y miedo se fundían en un todo en el que yo me había convertido en el rey de la creación.
Al contrario de lo que muchos pudieran creer, mi descubrimiento me llevó a ser más feliz durante las horas de vigilia. Seguía teniendo que enfrentarme a los mismos problemas, pero sabía que al final del día regresaría allí y las cosas que me asustaban tendrían que asustarse de mí… y busqué más.
No sé cómo lo hice, pues apenas me acuerdo de los sueños que tuve y los pocos recuerdos que conservo son en gran medida de las sensaciones que me producían, pero conseguí imponer mi voluntad sobre todas las cosas. Aquello sucedía en mi mente, así que era producto de ella. Lo que había creado podía ser cambiado, sólo había que encontrar la manera. Tardé muy poco en darme cuenta de dónde se encontraban los ladrillos de mi pequeña realidad. Fue mucho más fácil que mis primeros y dubitativos pasos. La realidad, las pautas que la componían, eran más sencillas de manejar que la propia percepción de mí mismo. Entonces fue cuando me convertí en el verdadero diosecillo de mi mundo, haciendo y deshaciendo a gusto. Los cielos grises podían ser azules, o negros o violetas. Lo que había pasado antes podía volver a pasar, en un ciclo interminable, o desaparecer en el olvido. Había tantas posibilidades que descubrirlas en una sola noche me fue imposible.
No tengo que explicar la decepción que tuve al día siguiente, cuando sonó la alarma y tuve que regresar a la vida que me esperaba fuera del mundo de los sueños, donde era alguien del montón, tanto en los estudios, como en el resto de los aspectos de mi vida, que si se podían contar de algún modo, era a golpe de fracasos.
Una nueva noche y una nueva oportunidad de probarme. Había demostrado poder cambiarme a mí mismo y poder cambiar lo que me rodeaba, pero ni tan siquiera podía rozar la realidad que se alzaba al otro lado de las paredes de mi pequeño reino. Aquél era un momento tan bueno como cualquier otro. Ya no era un bebé gateando. Era el señor de los sueños, tenía conciencia de muchas más sutilezas de las que tenía conciencia cualquier otro hombre… había atravesado cada una de las barreras que me había propuesto desde que me clavaron aquellos palillos en los ojos. Entonces descubrí que podía ver. En aquel momento, ver no era nada para mí. Sólo la manera de llegar… y ni siquiera eso, la vista se había convertido en un sentido demasiado mundano. Todo era pensamiento, energía electroquímica liberada de forma aleatoria. Para los demás era aleatorio, para mí era algo más parecido a un arte. Tomé mi forma más aterradora y me preparé para el siguiente salto, para explorar los reinos que los demás utilizaban tan poco y tan mal, expandí mis límites hasta lo imposible y entonces…
Allí estaba él.
Creo que su rostro, pálido y rodeado de sombras, fue el único recuerdo claro que me permitió conservar de mis cortos días de gloria. Eso y que no tuve fuerzas para enfrentarme a él, que perdí sin ni siquiera luchar el primer asalto. Visto y no visto. Se acabó.
Al día siguiente desperté como cada mañana. Nada parecía haber cambiado.
Pero cambió. Desde entonces no he podido volver a mis sueños; han quedado aparcadas, pero sólo cuando despierto me doy cuenta de que he soñado, nunca antes. Aquello que me hizo especial se fue. Con un gesto y una mirada. Ahora sólo soy un hombre más, atado a la tierra, a los intereses hipotecarios y al mundo de la vigilia durante veinticuatro horas al día.
¿Podría haber sido diferente?
Por supuesto que en ocasiones me lo pregunto. Fui un rey y perdí mi reino, ¿quién en su sano juicio no lo haría? Tal vez habría alcanzado los de otros y les habría mostrado hasta donde podrían llegar, dándoles la oportunidad de imaginar todos unidos. La oportunidad de mejorar dentro de sus propios sueños, de discernir el verdadero aspecto de la realidad a través de las realidades de otros. La oportunidad de ver a través de los ojos de sus enemigos, de comprenderles…
O tal vez no.
De las pocas memorias que conservo muchas son sobre aquello que aprendí al principio, del poder que me otorgó el miedo. Tal vez me habría convertido en la pesadilla de muchos al tratar de evitar las mías propias.
No lo sé.
Lo único cierto es que una vez fui algo más que un hombre y ahora voy a mi trabajo, paseo, como, bebo y duermo como todos los demás. Lo que podría haber pasado ya no importa.
Desapareció con las primeras luces del alba.
Y desperté.
© David Prieto 2005

No hay uno sin dos...

Me pareció buena idea sacar de Crónicas de Drashur, el blog hermano de éste todo lo que no tiene relación directa con Urnas de Jade ni asuntos similares. Una idea como cualquier otra que hoy se materializa con el transvase del relato El Soñador desde aquél hasta éste.
Espero que os guste como va quedando.
Un saludo a todos.